“Santiago es una ciudad muy grande para siquiera intentar conocerla. Todos los días – todas las noches- muere alguien. Da lo mismo, la morgue siempre está repleta”
Fuguet, Alberto/ Tinta Roja
1973, en la ciudad de Cali el 4 de marzo se ha extinguido, la esencia de un hombre para siempre dormido plácidamente sobre su maquina de escribir. Una vida de 25 años que sintió y escribió a una ciudad salsera, negra, burguesa, enmarcada en el desarrollo de los juegos panamericanos y de la naciente y aceleradamente creciente ola del narcotráfico.
Un personaje que tras 36 años, se ha convertido en un hito literario en los cauces de la narrativa colombiana. Una trasformación que ha surgido del manejo temático y el estilo enmarcado dentro de la novela urbana que este autor ha introducido en sus obras. Y si embargo, un escritor que ha sido rebajado por un sector de la crítica literaria del país, al reconocimiento de su obra no por la elaboración en las estructuras formales y de contenido dentro de toda la creación literaria, sino mas bien, por la vida anormal y extravagante del autor y demiurgo de cuentos y novelas inspiradas en jóvenes y solo para ser leídas por jóvenes.
Andrés Caicedo Estela, caleño de profesión y escritor por recomendación médica, llega a los jóvenes de hoy en medio de veneraciones y fuertes críticas, entre dudas y gustos, entre señalamientos y reconocimientos. Y aunque muchos de los jóvenes que hoy leen a Caicedo y se encuentran en él, no saben nada de esto al respecto, es necesario, encontrar el por qué, parte de los jóvenes del todo el país y en especial los residentes en la ciudad de Cali, reconocen en los cuentos de Andrés Caicedo a un autor comprometido con la juventud, la denuncia social, y mas que a un escritor a otro joven compañero, que simplemente les cuenta de una forma única a otros compañeros de edad, lo que pasaba ya hace treinta años en su ciudad natal.
Para aproximarnos a una posible respuesta de si la obra de Caicedo es una especie de hito en Colombia por su grado de elaboración literaria como afirma una parte de la crítica literaria en Colombia o si por el contrario la aceptación de esta se debe a la vida llena de extremos del autor caleño, es preciso entablar una conversación con la obra y específicamente aquí con sus cuentos. Desde un análisis adecuado, empezando con los elementos que corresponden al plano de lo formal, para terminar a los pertinentes en el campo del contenido dentro de la perspectiva teórica que concierne a la novela urbana. Sin embargo no es la intención de este trabajo abordar cada uno de los cuentos del autor caleño, sino aquellos que tras una selección previa, se considera que reúnen gran parte de los elementos presentes en la narrativa de Caicedo; Berenice y Antígona.
En el primero de ellos, se encuentra la historia de tres jóvenes que cursan el grado once de bachiderato, y que en su pasajero existir, viven una experiencia sexual y monomaniaca con una prostituta de moderada fama, un ser que para ellos tres, es el motor de la felicidad de su diario vivir, una persona que les exprime los cuerpos en cada exhalación y los inunda de su olor y sabor a tal punto que no hay otra forma de desprenderse de ello, sino por medio de manías y acciones desenfrenadas con la pareja o compañera en otros lugares y tiempos. Pero que al final, al no poder contener esta pasión desenfrenada y al ver cómo la muerte fría y sin mas que la razón para actuar, se lleva todo lo que se quiere y se odia, no queda mas remedio que extraer pequeños recuerdos del cuerpo del ser amado que muere, para mantener vivo y fuerte esos deseos y anhelos. En el segundo, denominado Antígona, se muestra a una Cali, que habitada por seres completamente nocturnos, se esconde tras el gas nocivo y molesto emanado del desarrollo y avance de la modernidad, en la cálida e iluminada noche salsera, rumbera y cinéfila. Una ciudad que devela en su despertar hacia el alba toda una confabulación para llevar a la saciedad, el hambre y la sed de aquellos que necesitan de los otros para literalmente vivir.
Una narración citadina
En Berenice, Caicedo, nos muestra una historia desde tres elementos narrativos manejados en el oficio de la escritura. El primero de ellos es, el tratamiento de distintos narradores, “Y te ibas a ir después de que Guillermo había vendido todos los objetos (…). Eso sí, ella jamás dejo de cobrarnos, bueno a ninguno de nosotros se le ocurrió jamás insinuarle la idea (…). Ella les dijo que estaba enferma, una vez que leían Berenice (…).” que conjugan la voz de los tres jóvenes de forma única, en la cual uno de ellos empieza el relato, otro mas adelante le prosigue y luego el último narra todo, un diálogo en donde se intercambia durante toda la historia la palabra y el punto de vista de los tres personajes, e igualmente en el tejido de la narración aparece la voz de un cuarto personaje, en este caso un narrador extradiegetico, que lo ve todo desde afuera.
Este manejo de narradores que configura la obra de Caicedo, hace de su escritura un proceso ágil y casi que un diálogo escrito, una conversación que al leerse, es oída por el lector, llevándolo por caminos de la cotidianidad y de la espontaneidad del habla común, un estilo que enmarca la escritura de Andrés Caicedo en la novela urbana latinoamericana. Estilo que se vería reflejado con más fuerza en el uso de elementos citadinos a lo largo de su obra. Sean estos pertenecientes al espacio urbano en el cual se desarrollen sus personajes, o transpuestos de otros lugares o ciudades para elaborar toda una visión crítica del terreno que se habita. Como en el caso de Antígona cuando uno de los personajes de la historia narra lo siguiente “entre el gas que parece niebla y los palos de magos y la avenida morada (…). Pasamos por Sears, enorme edificio de ladrillo rojo, totalmente rodeado de gas amarillo maloliente.” Aquí este personaje da una visión de Cali como un ente urbano poseído por gas maloliente y rellenada de luces violetas. Presentando al gas que de noche emerge y contamina toda la ciudad, así como a las luces que reemplazan al sol en la noche en las avenidas, como elementos comunes a la ciudad de Cali, comparándola y equiparándola con la situación cotidiana de las grandes ciudades industriales norteamericanas. Sin embargo, no es solo una equiparación para mostrar el avance del terruño urbano, sino que también es una crítica fuerte al proceso de industrialización y desarrollo que emerge de las ciudades a costa de la salud de la población y la libre utilización de los espacios públicos. Y es que en la obra Antígona de Andrés Caicedo, este gas, va a transformarse en un símbolo que va a configurar y perdurar el proceso de desarrollo de toda la obra. En cuanto a que “Lo que hace diferente una ciudad de otra no es tanto su forma arquitectónica, son los símbolos que sobre ella construyen sus moradores” símbolo que representaría en la obra Caicediana el precio que hay que pagar por de ser una ciudad en desarrollo industrial.
Cali: Un hábitat de recuerdos
Por otro lado, al iniciar la lectura del cuento Antígona, se hace toda una visualización de la época pasada, presente y futura de Cali a través de un solo objeto y un solo recuerdo que este evoca en uno de los personajes iníciales de la historia. “(…) como han dañado los conos en el Deiri; recuerdo con mi papá me trajo el día de su inauguración, al lado del Monaco donde esta ahora el Banco de Colombia (…) recuerdo que los conos eran muy blancos y espesos y como a cuarenta centavos (…). Ahora son menos blancos con menos sabor y a un peso con cuarenta centavos.” Aquí un lugar como una heladería y en ella un objeto como un cono, ubica al personaje en la línea de tiempo por la cual ha pasado la ciudad, su proceso de involución o evolución y lo que podría ser un posible futuro, como si las capas de crema fueran en sí, los pliegues históricos de la ciudad. Un instante que para el personaje ya no existe, un pequeño lapso que se da para revivir lo que se perdió, pero que quiere recuperarse, así sea tan solo una vez mas probar de nuevo la crema de cono cuando se era niño para volver a serlo, para no sentir tal vez lo que siente ahora por su ciudad y por él mismo, pensando siempre que tiempos pasados siempre fueron los mejores, tal como recordar la niñez una mañana al probar una Madeleine. Un recuerdo que permite ver cómo la ciudad misma a través de uno de sus elementos más mínimos, se convierte en una fuente de sensaciones como nos lo diría de nuevo Kronfly “La ciudad es también, y de qué modo, el tejido de sensaciones. Las ciudades son pues, sus olores, perfumes, fetideces, sus degustaciones. El transeúnte va por la calle, en su deriva, “agarrado” a lo que de la ciudad ve, escucha, toca y gusta.” Sensaciones que le permitirían al peatón vagar como una hoja en el bosque dejándose llevar los vientos del avance que bajan por las colinas cuadradas erguidas como los rosales en flor. Imágenes que le permiten al ciudadano crear una definición propia de su ciudad “(…) recuerdo cuando subí a las Tres Cruces, con Antígona. Subimos a pie y ella se asustó con el sonido ese que se oye desde arriba: ese ronroneo de la ciudad, como un gato (…)” Un concepto personal que viene a formar parte de todo un tejido polisémico social en donde se unen y confunden las visiones de los seres que viven y van de paso por la ciudad.
También en Antígona está presente el concepto de hábitat urbano, un territorio en el cual “(…) habitamos con los nuestros, donde el recuerdo del antepasado y la evocación del futuro permiten referenciarlo como lugar con límites geográficos y simbólicos” un lugar que permite ver el avance de las épocas de forma minuciosa para así poder llegar a predecir un futuro no muy alejado de la suposición. Un lugar que es una evocación constante del deseo de recuperar aquello que se ha perdido y que sin embargo sabiendo de antemano como la ciudad como ente que le sirve al hombre para su convivir, puede llegar a devolvernos esos espacios que se han ido, pero que aun así, mientras llega el momento de ver de nuevo lo pasado, el habitante de la ciudad recurre a su memoria por medio del mecanismo de la evocación que “no es, pues, sólo recordar a modo de pasatiempo o simple ejercicio de la memoria nostálgica. Es ante todo, darle fundamento al sujeto, volver sobre los instantes fundadores, recabar alrededor de los acontecimientos y lugares que por algún motivo para nuestra vida se tornaron fundamentales” que alivia momentáneamente el dolor de huérfano de la ciudad en la que nació y vivió la niñez y en la que hoy como adulto ya no permanece en pie, “… - ah, ya entiendo – dijo Lorenzo. Se estaba relamiendo: le había gustado el cono. A mi ya no me gustan, pero sigo comprando para recordar, sólo por eso…” Una especie de evasión en la que cada ciudadano acude para revivir la identidad que se perdió en el demoledor avance de la modernidad, una identidad que ya no la encuentra en el entorno. La pérdida de identidad, conlleva al nómada urbano a buscar por medio del sueño utópico de desear una ciudad que todavía no es, así, ya hubiese sido, a intentar reconstruir esa ciudad en sus sueños y anhelos, que para la obra de Caicedo, podría ser el deseo de construir su propia Cali a través de sus personajes desde sus novelas, cuentos y ensayos.
Los límites de mi ciudad son los límites de mi mundo
Otro aspecto característico de la novela urbana encontrado en la obra de Caicedo, es el limite “como una zona que define donde termina o se inicia el territorio. El límite desborda lo físico para convertirse en un indicativo cultural, el inicio (o el final) de un espacio donde los hombres se reconocen como habitantes del territorio” en donde, en el caso de los cuentos Antígona y Berenice y en otros de Andrés Caicedo, se hace un extenso recorrido por los lugares mas conocidos por el autor en la ciudad de Cali. Por ejemplo en Antígona, la historia se desarrolla en el sur de Cali, en donde se menciona lugares como, la heladería “El deiri”, el almacén “El Monaco” , el Banco de Colombia, el Teatro Calima, el bar “Oasis”, la avenida las Américas, la avenida Colombia, el museo de historia natural, el liceo Belancazar, la plaza de tropas, los barrios San Fernando y Santa Rita barrios, las tres cruces, el club de “Los Lobos”, el “Chipichape”, el bar “Menga”, la avenida sexta, y el barrio “La Campiña”, en tanto que en Berenice se nos muestra una historia que se desarrolla en el colegio cualquiera, donde estudian los personajes y un prostíbulo llamado “La Nueva Eva” y una casa de una anciana llamada “La vieja Carmen”, y por último una casa de dos pisos donde en el primero funciona un billar y en el segundo un kínder, primaria y bachiderato aprobados. Al abordar estas dos historias encontramos que en los cuentos de Andrés Caicedo, el límite en primera instancia esta configurado por la visión que le ha dejado la experiencia al autor de determinados lugares de su ciudad. Una visión que va a ser el motor de convivencia y afinidad entre las relaciones de todos los personajes dentro de la obra Caicediana. Además se debe hacer énfasis, en que si bien los personajes de las cuentos de Caicedo, se desarrollan dentro de un limite físico, como lo es el sur de la ciudad y su centro, e igualmente un limite cultural, en donde cada lugar, edificio o parque de ese espacio físico representa su lugar en el mundo y punto de partida para explorar la ciudad y con ello portar una marca que defina una identidad para distinguirse de los demás. Es preciso decir que a medida que la narrativa de Andrés Caicedo se desarrolla y este recorre la ciudad de Cali, simultáneamente cambian los espacios donde habitan los personajes, por ejemplo es claro el cambio de espacios y la relevancia de mencionar su nombre o tan solo describir su función y características para que el lector con ello pueda determinar donde en el espacio urbano se sitúa cada uno de ellos, entre los cuentos Antígona y Berenice.
Ahora bien, al ser configurado un límite en la ciudad, es decir al establecer un orden de lo urbano, que implica determinar la ciudad como escenario que en constante metamorfosis y expansión está en un espacio especifico y definido por sus habitantes, se encuentra otro elemento característico de la novela urbana, el cual es ver como su comportan y explorar los habitantes de este espacio denominado ciudad su propio habitad, un comportamiento que como nos lo dice kronfly es catalogado como nomadismo urbano, un ser que “sale de paseo por las calles, plazas y avenidas, un poco a la deriva o con destino preciso aunque siempre de regreso a su original punto de partida”, un ser que producto de las reglas de la ciudad, camina en medio de la multitud en soledad, un individuo que se ha apartado de todos las conexiones con sus igualmente compañeros habitantes de la cuidad, como se nos presenta en Antígona cuando “… me cojo de la puerta como se cogió Lorenzo: abro la puerta y me pierdo. El gas es como de color naranja, pero a mi tampoco me importa eso (…) bajo por esta ciudad a las once y media, cuando los cines ya están saliendo,(…) cuando ya había bajado ya como media cuadra, simule que caminaba con ellos como dos cuadras mas hasta llegar a una fuente y allí sentarnos disque a conversar (…) camine toda “La flora” atravesé la sexta y pase por el nuevo comedero que ha puesto el dueño de “Oasis” en la “La campiña”. A eso de las doce y media o una llegué a mi casa…”, un individuo que como el hombre anterior a la urbe caminaba grandes distancias para encontrar alimento y un lugar en donde vivir temporalmente, recorre la ciudad sin detenerse alejado de todos y de todo así sea que este en completa compañía al mismo tiempo, buscando en todos los rincones de la ciudad un espacio que usara temporalmente para poder satisfacer todo tipo de necesidades, sin embargo retornara en algún momento a su punto de partida, aunque sea simplemente para volver a partir hacia otro destino que le depare la ciudad-bosque y vagar no perdido de la ruta de un espacio que conoce a la perfección, sino mas bien extraviado del sentido, alejado y enredado en las ramas de la evocación y la necesidad de sentir lo que le produce el sendero de arboles metálicos de copa iluminada que alumbran el rio de cemento y hace salpicar a los peces de cuatro ruedas a las seis de la mañana.
Y es que este andar nómada del citadino o “vagabundeo-hoja” como lo denominaría Pessoa en su obra “libro del desasosiego”, descrita por Kronfly en su ensayo, “La tierra que atardece”, hace del habitante de la ciudad un ser desarraigado de aquellos lugares comunes, como las calles o los parques en donde todos se reúnen cada vez que el trabajo lo permita, ya que “(...) las calles son todo menos un lugar de encuentro, salvo pequeños y marginales nichos que aun resisten pero que están a las puertas de ser demolidos por la ola (…)” pues ya para el ciudadano las calles son un puente entre un lugar de partida y uno de llegada, debido a que ante la perdida de todo lo que fue y ahora no es, de todo lo que es antiguo, secreto y personal es arrasado por la ola del progreso sin posibilidad alguna de pararle, el citadino huye y si resguarda cuando no es sus recuerdos, sí , en aquellos lugares que están lejos de ser transformados por el progreso y aun conservan un significado intimo para el ser procedente de la ciudad, “(…) un cuarto para las nueve. Desde aquí, encima de los palos de mango, se ve el Cerro de las Tres Cruces, blancas, gigantescas, iluminadas a medias y rodeadas de una nube de gas (…)”, un lugar que como el panóptico de Foucault le permite un espacio de intimidad y grado de observación total de la ciudad que le oprime y satisface sus deseos, en el cual el ser citadino es ahora el que observa desde todos los lugares y no es visto. Este espacio por pequeño que sea o corto tiempo lo que pueda permanecer en el, le brinda momentos de reflexión sobre los significados que evoca para el individuo urbano los símbolos, lugares, aspectos, olores, gustos, vistas, ruidos que le confiere la cuidad a cada instante. Un encuentro consigo mismo en donde puede tratar de definir la ciudad.
El crimen no espera en una ciudad que todo lo provee
Un ultimo aspecto enmarcado dentro de la novela urbana y que se encuentra en la obra del escritor caleño Andrés Caicedo y marcado de manera fuerte es la visión de la ciudad como un espacio cultural del crimen. Este elemento, presente en la obra Caicediana, se desarrolla debido a que aquel ciudadano nacido y muerto en el fenómeno Colombiano del narcotráfico debe convertirse en un criminal sea para ocultar el crimen mismo, participar en el o evadirlo, sea como fuere si no esta presente la criminalidad en el individuo que habita la ciudad, no podrá sobrevivir de manera serena e inteligente en el espacio urbano al cual esta atado. Además de que la ciudad ahora se ha convertido bajo la estela del crimen en una fortaleza en donde atacar a alguien en pro de desarrollar una justicia personal o buscar intereses individuales esta a la orden del día, en Berenice uno de los personajes principales de la historia relata “(…) había sido ese empleado del banco que venia en motocicleta, y ellos lo comenzaron a matar inmediatamente; el hombre se bajo esa noche y grito el nombre de ella, averiguando por su presencia. De todos modos los que jugaban billar al frente se prestaron a golpearlo con los tacos y las bolas de marfil (…)” una conducta propia de “el justicialismo urbano por propia mano, la ley del silencio que gobierna la barriada, el principio de la “invisibilidad” de todo y el predominio de los códigos del ghetto”, hechos que unidos a la inexistencia del estado o la complicidad de este y los ataques repentinos de castigo “(…) la policía llegó y clausuro el colegio del segundo piso. Realmente –y en eso estuvieron todos de acuerdo- era un peligro dejar funcionar libremente un colegio de kínder, primaria y bachiderato aprobado, encima de un salo de billares. Veíamos a los niños y las niñas de kínder humedecer sus tizas en la sangre del tipo para hacer las operaciones de aritmética a varios colores, en los tableros, pero la sangre se secaba antes de tiempo y los resultados no llegaban a entenderse (…)”, actos que demuestran la naturaleza vengativa, instintiva, y amedrentadora del hombre que bajo la escena del grupo hace y dispone según su voluntad contra todo aquel que considere enemigo e igualmente se una actitud cínica, encubridora, débil, agazapada y descarada del dominio del estado, un ente que se atribuye el mantenimiento del orden en cuanto que los dueños de la ciudad lo ordenen, que ante imágenes grotescas que para el mundo joven Caicediano son pan de cada día como resultado del desprendimiento de la vida debido al monótono existir junto a la muerte todas las noches en la cama o dos o tres pasos de la puerta de los vecinos, que dejan en despropósito su labor ante la comunidad, entran a aplicar cierto velo de justicia y ordenamiento de aquello que nisiquiera debió haber existido.
Para finalizar, en el universo de Andrés Caicedo encontramos la visión de una ciudad que todo lo provee, que todo lo permite “me cayo en gracia que al frente hubiera una casa en la que funcionara una sala de billares el piso bajo, y en el segundo, un colegio de kínder, primaria y bachiderato aprobado” haciendo de esta Cali, la ciudad llena de contradicciones que Caicedo amaría y odiaría, un lugar que haría qué “su narrativa partiera, se inscribiera y dependiera de la ciudad de Cali” y que en la obra se presenta de forma critica y risible, un mundo que gira en torno a la visión de los jóvenes desde las sombras y la noche “ (…) esa noche, al despedirnos de ella, nos pegamos la borrachera mas enorme de nuestra vida(…) amanecer sobre las calles, sobre los parques, recogidos por los barrenderos de las cuatro de la mañana” “(…) ese olorcito a gas que sube como a las ocho de la noche y que viene de las fabricas gringas en Yumbo (…). Bajo por esta ciudad a las once y media cuando los cines están saliendo.” como el filtro que deja ver a la verdadera sociedad caleña que se esconde pacatamente tras la luz del día, un espacio que destila para los jóvenes sus actitudes y las despojan de las ataduras de los padres, de la sociedad, que rige en el día, ya que son los jóvenes quienes crean y destruyen este espacio, tal como nos lo diría Borda al afirmar que “Las calles caleñas, que hierven de gente y se vuelven casi irreales a fuerza de luz, son vistas desde penumbras auto impuestas, detrás de rejas equívocas. Y la visión urbana se hace mucho más ambigua cuando la luna crece y acompaña a los jóvenes solitarios (…)” en una ciudad que se teje en múltiples afirmaciones y negaciones, todas unidas en un espacio en el cual ninguna es verdadera y todas a la vez lo son, un lugar que en el caso de Andrés Caicedo es la visión ambivalente y superpuesta por ruidos, imágenes sin ningún orden o clasificación, como si se tratara de un videoclip hecho un día al salir por la ciudad como si se visitara al palacio central de Fedora donde todo miran la ciudad que pudo ser y la que quieren que sea, como nómada buscando algún lugar para, detenerse, mirar y seguir caminando.
“-con que estos son los limites de la creación humana, los de mi ciudad y mi mundo; los del progreso y la comodidad.
- si, todo lo que veas de aquí en adelante no es propiedad del hombre, y al parecer nosotros le pertenecemos a todo lo que habita de ese lado.
-entonces, quieres decirme que si paso al otro lado, seré un esclavo o extranjero.
- no, solo te digo que si pasas al otro lado de este rio inmóvil del cual emergen y salpican peces de cuatro ruedas recubiertos de estrellas artificiales, y llegas allá, donde comienza la montaña, abrirás las puertas del tiempo y volverás a ser el primer hombre sobre la tierra. Tal vez así puedas encontrar tu respuesta. ”
La respuesta a Fedora / Jonathan