En un salón de clase en una universidad publica, docente y estudiantes, confundidos, y con deseo de defender cada uno su posición, se ven enfrentados a uno de los temas más espinosos de la educación, a la evaluación.
“la evaluación no solo se centra en recoger información sino que también implica diálogo y auto reflexión”[1]
Durante el seminario de procesos lecto escriturales en el niño II, se ha podido observar como a medida que determinados temas se ha desarrollado en el seminario muchas deficiencias y fortalezas han surgido de todo un proceso cohesionado y coherente. Estos temas que van desde el desentrañamiento de todo el campo semiótico hasta el análisis de la publicidad y los medios audiovisuales mediante teorías apropiadas y propuestas de alfabetización visual contextuales, nos han mostrado que si bien en el grupo hay un gran potencial de análisis e interés por comprender dichas teorías y una gran capacidad creativa para superar las diferentes pruebas que el seminario exige como evidencia de su calidad. También se ha presentado una serie de inconvenientes propios de todo proceso evaluativo, estos problemas varían desde la falta de transmisión clara y precisa hasta la creación de conflictos de índole emotivo entre maestro y estudiante.
Estos conflictos que entorpecen el libre progreso del seminario y de cualquier otro proceso similar desarrollado en un aula de clase con un determinado grupo de estudiantes, deben ser superados a fin de continuar con el funcionamiento normal y lograr los objetivos del mismo seminario, sabiendo de antemano que como futuros docentes debemos apropiarnos de estas teorías y de estas formas de investigación para desenvolvernos de forma eficaz en el campo educativo.
Por eso es necesario revisar de forma total los diferentes conceptos de evaluación que se han desarrollado a través de la historia, para así dentro del grupo redefinir las nociones de evaluación que se ha trabajo y elegir cual es el modelo evaluativo mas eficaz y no negativo en los objetivos del seminario.
Para ello es apremiante recordar que en el siglo XX el concepto de evaluación ha sido modificado en distintos campos del conocimiento, sea este, como la valoración cuantitativa plasmada sobre una papel representada mediante una nota o un numero, que vendría a definir todo la información y saber de un determinado ser, o también que se haya visto a esta como un proceso económico donde se vea la utilización optima o deficiente de recursos de distinta índole, o también como una exigencia de transparencia en los ejercicios políticos de cualquier gobierno.
Sin importar las diferentes concepciones de la evaluación, todas coinciden en un punto, el cual es centrarse en reconocer que es lo que esta sucediendo con un individuo, con un grupo o con toda una sociedad y comprender que significado posee los resultados de la misma para ese individuo o esos grupos o sociedades.
Y es este punto de coincidencia no el que no debe ser ajeno al seminario y a la educación en su totalidad, pues es precisamente en las aulas de clase donde se pone a prueba constantemente los procesos educativos mediante todo tipo de evaluaciones que supuestamente tienen como fin renovar y mejorar la misma educación.
Sin embargo estos conceptos de una evaluación que mejora y renueva, nunca han sido aplicados de forma total en la enseñanza de hoy, ejerciéndose solamente modelos evaluativos punitivos y discriminativos, sistemas que afianza la idea de un darwinismo social, sistemas que precisamente el seminario de procesos lecto escriturales II no puede caer en el error de ejercer si quiere superara los inconvenientes actuales en cuanto a análisis de teorías de la imagen, publicitarias y semióticas y manejo de la información que circula entre docente y estudiante. No caer en lo que Foucault, llamaría un “El examen que combina las técnicas de la jerarquía que vigila y las de la sanción que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Una mirada que establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia, se los sanciona y se le humilla.”[2]
Ante esto que si bien hoy es visible en toda la educación colombiana, y que afecta de una u otra forma el seminario ¿Qué podemos hacer los docentes de la próxima generación, es decir nosotros?, y mas cuando en un aula de clase las relaciones entre docentes y estudiantes son desfragmentadas y alejadas, clases donde somos individuos y no grupo, donde el principal objetivo del docente es mostrar los resultados de un proceso mas no reflexionar sobre este, para así lograr una renovación. Dejando así para la mayoría de maestros la consigna de salir del paso con sus estudiantes, pero la evaluación, docentes, no se trata de encontrar errores sino de superarlos.
Ya que si así fuere, en cada aula de clase no tendríamos estudiantes sino individuos no aptos y aptos. Y a pesar de estar de acuerdo muchos educadores en esto, muchos son también los que caen conceptos errados de evaluación, sea consciente o inconscientemente.
Es por eso indispensable recordar que si bien los procesos de evaluación, “son procesos por medio del cual alguna o varias características de un alumno, de un grupo de estudiantes o un ambiente educativo, objetivos, materiales, profesores, programas, etc. reciben la atención de quien evalúa, se analizan y se valoran sus características y condiciones en función de parámetros de referencia para emitir un juicio que sea relevante para la educación”[3] también se hicieron para reflexionar y mejorar sobre las fallas que se tiene, no es solo el docente quien debe hacer la reflexión sino también sus estudiantes.
Por ello docentes y estudiantes no pueden trabajar por separado, (tal como se ha visto en algunos casos en el seminario) si esperan resultados óptimos o si quieren superar apropiadamente deficiencias cognitivas en los procesos de aprendizaje. Por tanto que si trabajan aisladamente, a la hora de abordar una evaluación, sufrirán problemas que van desde la desinformación o mala interpretación de la información al recepcionarla, creando un ambiente falso e ingenuo donde el docente cree que se ha entendido su mensaje o sus instrucciones para alguna labor en especial, y al mismo tiempo los estudiantes sea por temor de cualquier tipo o falta de carácter académico, crean que lo que ha dicho el maestro esta bien, a pesar de que quepa la posibilidad de la duda, solo por el hecho de que mayoritariamente todos coinciden mediante un silencio sepulcral y definitivo que es la información recibida ha sido la correcta, hasta la creación de conflictos de índole personal y emotivos, entre estudiantes y docente, debido a elementos faltantes en las relaciones educador-educando, en procesos de investigación o simples consultas de la escuela, como el dialogo, preciso, argumentado, respetuoso, y en ocasiones privado, al trasmitir información correctamente.
Para ir reflexionando desde el seminario y sobre todos los diferentes temas desarrollados en el, y mas que nada como docentes de la siguiente generación, e incentivar a aquellos maestros antiguos a que resuelvan este tipo de conflictos en el aula de clase y fuera de ella, se debe dejar atrás esa idolatría hacia los conceptos evaluativos de paradigmas cuantitativos y cualitativos, y avanzar hacia un tercer paradigma, el critico, que guie de forma precisa tanto a docente y estudiante a mejorar y retroalimentar constantemente los procesos pedagógicos y educativos, en pro de que existan tanto dificultades que varían desde la aplicación de una o varias teorías, en nuestro caso la de las imágenes, los medios audiovisuales, la publicidad y la semiótica hasta la ejemplificación de la mismas, y logros que permitan ver una buena articulación entre teoría y practica, pero superables o afianzables mediante el dialogo y la reflexión. Sin quedar meramente en el concepto de una evaluación que certifica, acredita, diagnostique, clasifique, seleccione, jerarquice, discrimine y prediga, privada o públicamente, pues si bien es necesario recoger algunos de estos elementos para determinar cierto nivel académico y educativo en grupos de investigación, en aulas de clases, en seminarios, en sociedades de todo tipo y sus integrantes, se debe redirigir estas concepciones hacia una visión colectiva, una visión, que tome a “la evaluación de los aprendizajes de los alumnos, sabiendo de antemano que evaluar supone conocer qué y para qué evaluar, para lo cual es requisito esencial recoger información, formular un juicio de valor, dialogar con base a ello y tomar decisiones con vista a mejorar el futuro”[4]
[1] Foucault, M. (1993), “El examen”, en: Díaz Barriga, A. (Comp.), El examen, textos para su historia y debate, UNAM, México, pp. 62-71.
[2] Foucault, M. (1993), “El examen”, en: Díaz Barriga, A. (Comp.), El examen, textos para su historia y debate, UNAM, México, pp. 62-71.
[3] CAMILLONI, A. Y OTRAS (1998), ”La calidad de los programas de evaluación y de los instrumentos que los integran”, en: La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico contemporáneo, Buenos Aires, Paidos
[4] Imbernón, Francisco (1993) “Reflexiones sobre la evaluación en el proceso de enseñanza-aprendizaje. De la medida a la evaluación", en Revista Aula de Innovación Educativa Nro 20, Año II, Depto de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga
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