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martes, 19 de mayo de 2009

70 AÑOS ABORDO, SIN ZALAMEA


La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre”

Oscar Wilde

Isaacs, Carrasquilla, Rivera y Márquez, nombres que para la historia de la literatura colombiana son su piedra angular. Nombres que con el paso del tiempo imprimieron en la sociedad un aire de transformación y avance en cuanto al manejo de la narrativa se refiere. Nombres que a su ves resaltaron lo mejor de lo poco artístico que se produjo en la tierra del café, del poncho, de la ruana, del sombrero vuelteado, de la comida abundante y de la pobreza. Nombres que al igual que el sol al alba va opacando las diminutas estrellas, de la noche que va pereciendo, dejaron en la sombra, en la otra cara de la historia, esa que rara vez se suele mirar, a otros Nombres, que también merecieron y aun merecen, ser reconocidos como pioneros de la narrativa en Colombia. Nombres que desde la penumbra y el polvo de las bibliotecas claman por su lugar en la vida literaria colombiana.

Uno de estos nombres; Eduardo Zalamea (1906- 1963) (entre tantos como, Fuenmayor y Espinoza,…)que recorrió los pasajes de la Colombia de la primera mitad del siglo XX, a través del periodismo critico y el amor por la literatura, el cine y la vida nacional. Dejo su huella en la historia literaria adentrándose ya por aquella época en instrumentos literarios usados en primera instancia en Europa, como el monologo interior y la introspección en los personajes principales de sus textos, al estilo del Ulises de Joyce y Virginia Woolf con la señora Dalloway, además de adherir en sus escritos la denuncia, la critica social y ser pionero en el reconocimiento cultural de las etnias que habitan las zona guajira del país, a través de la inserción de la lengua indígena en sus obra.

Eduardo Zalamea, conocedor de la obra literaria nacional hasta ese entonces (Rivera, Carrasquilla, Isaacs) imperante, y una parte de la siguiente (la de Márquez), a partir de un extenso viaje hacia la península del país, se serviría de este para crear una de sus obras mas innovadoras en la narrativa nacional. “4 años a bordo de mi mismo”. Obra en la cual subyacen los elementos mencionados anteriormente, que le hacen destacable en la línea gruesa de la historia.

4 años a bordo de mi mismo, publicada en 1934, cuenta la historia de un joven de la capital que, cansado de la vida citadina de una capital ensimismada con la imagen de una gran urbe, decide salir hacia cualquier lugar, pues lo importante no era ir hacia algún lugar en especifico sino salir del lugar que le oprimía, “yo vivía en una cuidad estrecha, fría, desastrosamente construida, con pretensiones de urbe gigante. Pero en realidad no era sino un pueblucho de casa viejas, bajas, y personas generalmente antipáticas, todas vestidas con trajes oscuros.”[1] En este apartado de la obra figura la desolación del personaje principal ante la “gran urbe” que representa Bogotá, resaltando además que referirse a la capital, en esa época de esa forma, era ya de por si autoexiliarse y consagrarse en la persecución del gobierno actual. Al mismo tiempo que el personaje central nos acerca a la causa de su viaje, Zalamea nos presenta a un joven propiamente común, un ser humano normal, con su distinguida visión del mundo, un héroe moderno “ soy como se habrá podido observar un muchacho …. He dicho que soy perezoso e inerte. Es uno de los muy pocos defectos que me he encontrado, aunque siempre he deseado tener muchos, es la mejor manera de vivir, y si a los vicios se le añade un defecto ya esta hecha la fortuna. Los hombres buenos pasaron de moda como las crinolinas”[2]. Un joven, que no adora las virtudes, que no es un modelo social, sino que mas bien adora el aquí y el ahora el Carpe Diem “… Y es preciso ser hombres de siglo, del año, de la hora, del minuto, ¡es tan horrible saber que el tiempo nos ha tomado la delantera! Además ser malo es cómodo y grato, pero aun habiendo hallado la maldad en mi, no he podido llegar a ser perfectamente malo, lo cual me hace dudar mucho de mi humanidad”[3]. Un muchacho que al ver la situación actual de la sociedad, no pelea pues sabe que es inútil, mas bien cómodamente decide ser como todos, pero con la distinción de serlo por un motivo, por una causa, la cual es sencillamente, ser humano.

A lo largo de su recorrido en la historia, Zalamea deja entrever como la conciencia del ser humano, y su interioridad individual sale desesperadamente en situaciones de crisis, donde la culpa, y el temor de no poder manejar la realidad y los hechos que suceden alrededor de cada quien introducen a los hombres en su condición pura para exhalarla al mundo, “…algo que es como un remordimiento, algo me dice que no obre bien, peo entonces ¿Qué he debido hacer? ¿Qué? ¿suicidarme? No porque el murió, porque el dejo de existir, debería yo abandonar la vida, como si el me fuera mas necesario en el mundo que el aire…?[4] De forma alquímica e instantánea, ya que dentro de si es como un aire que sofoca y amarga el aliento que se respira en la vida cada día.

Ahora bien en este largo viaje, se vislumbra como Zalamea, hace participe a la cultura indígena marginada en la historia literaria de Colombia, hasta ese entonces. Reconocimiento que daría a través de la adhesión de fragmentos de la lengua original de las etnias guajiras de principio del siglo XX, a su novela, “…Golpeaba el tamborito, y se hinchaba su pecho, cubierto por una franela sucia, cuando cantaba:

Terrín piama poú, makara piama juroks,

Jamush máraka putuma, entishi guayú toamana

¿ Mureo tapa, ero, chche atapa ero...

Na por piáguatin taniki ayúishere tái putuma...

Ay tu amaira piéchin taya, anákara térrin pia...!

Entishi anúa mureo jurieski guaima kasá...

Jauya jurieskeski prana, panera, maiki, aguariente...

Na pórsun áutere pia... Na pórsun áutere taya...

Esta canción, repetida hasta el aturdimiento, me llevaba a un país lejano, donde las músicas eran turbias como nieblas y voluptuosas como promesas…"[5] Este entre otros fragmentos originales de cantos y lengua de la cultura indígena guajira, que figuran en la obra, haría de 4 años a bordo de si mismo una pieza diferente de las demás para su época. Época en donde seria esta obra, discriminada y marginada por ser considerada de corte vulgar, pecaminosa, pornográfica y fuera de los principios que resalten la nacionalidad colombiana.

Esta inserción de una lengua que no sea la española, hace que el lector se encuentre en primera instancia con una lengua que ha habitado durante mucho tiempo atrás el país del cual dice pertenecer, pero que nunca ha conocido. Un dialecto que nos cuenta la historia de la Colombia virgen y en armonía con la naturaleza, una fonética que ante la destrucción de la conquista debió refugiarse en las periferias de su tierra para poder hasta estos días sobrevivir. Y así como ha sobrevivido hasta estos días, también lo ha hecho el desconocimiento y discriminación de los hispanoparlantes colombianos, de ahí que Zalamea al agregar otro desafío al el escritor de su época y al actual, al poner un texto donde figure la lengua original, retando al lector a conocer este dialecto antiguo, y a despertar en él la duda y el reconocimiento de esta forma vieja de referirse al mundo, le dice a sus congéneres, hay que empezar a mirar al territorio llamado Colombia, antes de que fuere bautizado con ese nombre.

Otra característica que hace que la obra de Zalamea sea merecedora del reconocimiento, es la utilización de el monólogo interior, una herramienta literaria que aparecería en Europa, solo hace seis años antes de la publicación de “4 años a bordo de mi mismo” con el “Ulises” de Joyce. Durante toda la obra el personaje principal, se interna en su pensamiento para cuestionar la vida, los sucesos comunes de la sociedad y la actitud con la que los seres que la viven, la toman, “Vida, a pesar de todo, amable. Mujeres que se suicidan. Vértigo de los vehículos, de los alcoholes y las drogas heroicas, de las mujeres besadoras, de los invertidos, de las lesbianas. Hombres que huyen, pesadillas de asaltos en cuadrillas de bandidos, hombres audaces, con el alma colocada de filo, modistillas casquivanas, burguesitas coquetas, aristócratas viciosas, vida vista, vida oída, gustada, tocada, olfateada y leída. Vida cinematrográfica, rápida, rápida, como un pensamiento, como un arrepentimiento. Y todo se va confundiendo en mi cerebro. Mescolanza arbitraria que hace la ginebra en las cavernas cerebrales; crímenes por dinero, adulterios, parlamentos, Venizelos, Disraeli, el Kaiser, Lenin, don Marco Fidel Suárez -por qué nunca diremos “Marco Fidel Suárez” sino “don Marco Fidel Suárez”? -cables, dancings, goletas, bofetadas, mordiscos, París, Bogotá... Bogotá... La Guajira. La Guajira... La embriaguez danza en torno mío, gira la embriaguez, loca, revuelta, cortante, confusa, espesa... La india... El amor de Meme... Polita, policroma... política... Polinesia... polvareda...”[6]. En este, como en otros apartados de la obra, nos adentramos al pensamiento del personaje principal de la trama, abriéndonos paso a través de el laberintico pensar de la “Alicia del país de la maravillas” del pensamiento, en donde todo es repentino, inesperado, confuso, fugaz, estúpido y al mismo tiempo grandioso. Donde figuran elementos de autorreflexión, tal como nos los dice R.H Moreno Duran cuando afirma que ““…la novela “Cosme” de Fuenmayor, ofrece una narrativa diferente de la de carácter mimético diferente al corte realista, una tendencia que va a ser continuada en “4 años a bordo de mi mismo” de Eduardo Zalamea Borda… para R. H Moreno Duran, la novela del siglo XX haya tenido comienzos en el modernismo, sino durante los años veinte, con dos corrientes divergentes; la realista, cuyos máximos exponentes son la Vorágine y La marquesa de Yolombó y aquella que comienza a incorporar recursos autorreflexivos y de deformación de la representación objetiva, como el énfasis en la vivencia interior del tiempo en “cuatro años a bordo de mi mismo”[7], que van configurando la novela en pro de mostrar el universo del pensamiento y su funcionamiento. Aludiendo siempre al manejo de los interrogantes como primer mecanismo para acercar al lector al proceso que deviene pensar la realidad.

Y a propósito de la obra de Joyce, Zalamea no solo comparte un rasgo escritural propio del monologo interior encontrado en “El Ulises”, sino que también, curiosamente se encuentra que en la obra “4 años a bordo de mi mismo” se puede leer, su ultimo capitulo, independientemente de la obra en general, sin que se pierda el sentido de toda la novela, al igual que en la obra literaria del escritor londinense.

Otro rasgo en el estilo narrativo de Zalamea, es la forma en como se estructura su obra. Ya que esta, dividida en capítulos cortos, y con títulos sugerentes propios de la crónica, como; “Capítulo extraordinario y matemático como un vuelo de submarios. El número es la clave del mundo. —1 más 1, igual a 3. »[8] que hacen que el lector se interese por avanzar o deje la expectativa para una próxima lectura. Además en la estructura textual no se encuentran las grandes parrafadas, que se hallan por ejemplo en obras como; “De Sobremesa” , “Frutos de mi tierra” o “La Vorágine” hasta entonces como configuradoras del panorama narrativo nacional. Que hacen en lectores novatos meya para una lectura lenta y agotadora y en los experimentados una tarea silenciosa y disciplinada. Y mas bien que por el contrario propicia y genera una lectura suave, placentera y rápida en donde cada capitulo, es casi una historia única dentro de una general, en la cual se encuentra un lenguaje accesible para cualquier tipo de lector.

Una facción que distingue a Zalamea como escritor, es la atemporalidad. Manejada en la novela “4 años a bordo de mi mismo”, de forma general, ya que esta obra no esta ubicada en un tiempo preciso, aunque si es debido aclarar, que el tiempo de la historia se mezcla perfectamente entre lo real y lo ficcional. En la novela, las acciones, tanto el personaje principal como los que le acompañan, no están circunscritos a un limite temporal. Es mas, tampoco en la inserción de epístolas en la novela aparece un referente de algún periodo en el tiempo, “…La carta, escrita a máquina, decía “Ríohacha, octubre 23 de... 19...

Mi muy querido amigo:

Tengo el gusto de dirigirle la presente para darle una noticia que seguramente le va a disgustar mucho. Pero Nicanor, que estuvo ayer aquí, me recomendó para que le escribiera…”[9], conjugando junto con la incógnita de mantener sin nombre al protagonista de la historia, así, una forma de mantener en constante expectativa al lector, en cuanto a que siempre se suele asociar ciertos hechos históricos, con historias que nos hablan de la cultura de un lugar, y además de mantener sedienta, la necesidad de saciar la interminable fuente de curiosidad que habita en el ser humano.

En este viaje de cuatro años, se crea toda una visión de la realidad, una imagen del mundo que deja la experiencia del viaje, por lugares nunca conocidos, “miré el sol todos los días y todas las noches llevé la contabilidad de las estrellas. Vi a los hombres matarse por las mujeres, vi a las mujeres engañar a sus maridos y besar a sus amantes; vi al indio escarnecido y explotado; vi los vicios todos de las cinco ciudades malditas sueltos por el mundo como demonios desencadenados. Miré besarse a las lesbianas, con los ojos llenos de brasas y de estrellas de goce. Vi al onanista temblando entre la noche, frente a la figura de la mujer ajena que poseía, arbitrariamente —espejo de su deseo. El sexo marcó de dolor todos mis sentidos. Y la lujuria se mostró ante mis ojos buenos, haciéndolos perversos. En todas sus formas estaba siempre ante mí el amor. Y vi al hambre, con sus dientes sin filo, deshacer convicciones, destruir conceptos, forjar maldiciones y blasfemias y descubrir nuevas perspectivas a la vida. Y la muerte se mostró ante mí en todas sus maneras: el asesinato, el homicidio por celos, el suicidio. La muerte estaba siempre al lado del amor. La muerte estaba cercada por la vida, pero, de pronto, saltaba por encima de las fortalezas físicas, se escondía en la hoja de plata o de acero de un cuchillo, iba en la punta de una bala o esperaba en el fondo del mar. Y vi la embriaguez, y la sentí en mi cabeza y sobre mis espaldas. Y reí y lloré y mis lágrimas me supieron a hieles y a azúcares mis risas. Trabajé, gané mi vida, huí de la muerte como todos los hombres, teniéndola muy cerca. En mis manos, el trabajo puso callos duros que fueron para mí más suaves y nobles que el elogio y la belleza. He visto la tragedia, el parto, el beso, el amor y la muerte; he sentido el grito de la felicidad de la mujer poseída y el grito de dolor del hombre que se suicida; he gustado los sabores de las comidas rudas y el sabor dulce, agrio y amargo del hambre; he tocado senos de bronce, pieles de maní, manos generosas de hombre; y cabos de cuchillos y de revólveres, y conchas de perlas; y a mi olfato han llegado todos los olores: el de la sangre, mareante y mezlado siempre con la locura, el del amor, el del aceite de coco, el olor de la sal y del yodo del mar. He oído, he gustado, he olido, he tocado, he visto, he sufrido, he llorado, he copulado, he amado, he reído, he odiado y he vivido...![10]”. Esta visión de la realidad que le genera, vergüenza y orgullo, que lleva a la denuncia social, y a la conclusión de que el amor es muerte y muerte es el amor, le construye internamente una percepción que le provee de un nuevo aire que le revuelve las entrañas y le hace un hombre nuevo. Que le permite con certeza al igual que a todo los hombres, desentrañar los misterios del mundo a través de la enseñanza y reveladora fuerza que le proporcionan sus sentidos. Una vida que cobra sentido en el sentir, en el uso del cuerpo como medio de hacerse ver real, único, con defectos, limitaciones, y aunque pocas, también cualidades. Toda un hibrido de sensaciones e ideas que le proporciona el mundo, una conclusión que le hace ser al final, ser humano.

Una conclusión que ha elaborado a partir de la utilización y aprovechamiento de los sentidos al máximo, del oler, del gustar, del tocar, del oír, del ver, una amalgama de propiedades que nos dicen todo sobre todo, y que nos dan el consuelo al morir de haber recordado por medio de ellos los peores y mejores momentos de la existencia. Para luego desaparecer.

En 4 años a bordo de mi mismo, el lector se encuentra con una temática que recorre los parámetros sociales del momento, haciendo hincapié en ellos de manera reflexiva, al mismo tiempo que se evoca la imagen de la vida como un todo un, camino pedrusco que inevitablemente esta circunscrito a la muerte “ la vida brusca, la vida dura, moldeada por los sucesos, biselada por la muerte, cortada por el filo de los días, endurecida por le gotear de los minutos que descienden monótonos, como de una gárgola obstruida, del pico de las horas”[11] , pero al mismo tiempo también una vida simple y sin mucha novedad, haciendo preponderante el hecho de que la vida misma sin las complicaciones diarias no tendría sentido, “…lo que sucede es que estoy aburrido de esa exactitud invariable de la vida. Sin que suceda nada que verdaderamente me hiera, me acoge, me tienda de un golpe, fuerte y enérgico. Este ver pasar la vida a mi lado, sin que me corresponda nada. Este ver como los días se suceden, pasan los mese vacios de un dolor y de una alegría. Así ¿Qué sentido tiene la vida?...”[12] ya que son en estas travas del diario, en las que el ser, siente que tiene un papel en la existencia, que no esta solo como espectador, que no es una roca o un ladrillo mas en la escala natural. Es decir, en la novela de Zalamea, aflora en su personaje central, un carácter existencialista del ser.

En cuanto a la crítica social presente en la novela es determinante como Zalamea la incluye de forma directa, sin tapujos ni pudor, a través del personaje principal, atacando al estamento mas dominante en aquella época hasta nuestros días. La iglesia. “…ella amara a un hombre, porque no ha encontrado el amor que le señalo la sociedad y la iglesia… ¡la sociedad…! ¡la sociedad…! Jaaaaa jaaaaa!! Jaaaaaa! ¿pero hay algo mas despreciable, mas sucio, mas inmoral que la sociedad? ¿Qué esta sociedad pacata y lujuriosa, que se esconde para fornicar, para mancillar, para robar, para asesinar y sale la mañana siguiente a predicar la moral y la justicia, la verdad, lo que ellos llaman la verdad…? Aun saben a alcohol sus bocas y huelen a sexo sus carnes, cuando están diciendo ¡ay del soberbio! ¡los miserables! ¡la sociedad! ¡la sociedad! ¿y quien le ha dado ese derecho a juzgar? ¡ellos, que lo necesitan para ocultar sus pecados, sus vicios, su maldad…”[13]. Una actitud objetiva, desinteresada por acatar los preceptos religiosos y moderadores de la sociedad, una visión de las normas sociales, que, nos presenta toda una amalgama ideologica nueva para la sociedad Colombiana de 1940. Una amalgama que escandalizaría a la iglesia y por consecuencia al poder gubernamental, entrando decididamente a betar de forma unánime esta novela, no solo durante este periodo de la historia, sino durante otros que llegarían para el pueblo de Colombia. Una actitud que seria firmemente perdurada por la crítica literaria colombiana.

Para Eduardo Zalamea, el ejercicio de la intertextualidad, no era ajeno, ya que en la ultima fase de este largo viaje, en “4 años a bordo de mi mismo”, Zalamea, nos transporta al mundo nihilista de Nietzsche en su obra “El viajero y su Sombra” y al panorama de la Grecia clásica con Hesiodo y su obra “Los trabajos y los días”. Este ultimo, un manual de cómo llevar a cabo las labores designadas por los dioses de forma correcta, al mismo tiempo que un texto consejero sobre, como vivir plácidamente, en abundancia, sin problemas y recordado por los Olímpicos. Cabe resaltar que este ultimo libro, ha sido leído por el protagonista de la novela, durante su viaje. “La vida me arroja de aquí, donde no he encontrado la felicidad. Me llevaré mis vestidos viejos, salados por las brisas y por el mar, para que más tarde me recuerden todo. Dos libros pongo entre mi maleta. Los dos únicos libros que me han acompañado aquí: “Los trabajos y los días” de Hesiodo y “El viajero y su sombra” de Nietzsche. Este último aún no lo he leído. En el viaje me acompañará. Lo leeré en los largos días de sol en la goleta que ha de llevarme para nunca volver…”[14]. Esto trae a acotación que la mirada de ciertos aspectos del mundo de este personaje central, se estaba configurando en parte, por la visión que se halla en el texto de Hesiodo. Y que en el siguiente viaje ocurriría lo mismo con Nietzsche. Visión que para entenderse mejor obliga al lector a trasladarse a los textos referidos, para así comparar, la sensación y situación en la que este personaje se sumerge a lo largo de su travesía por la costa Caribe.

Eduardo Zalamea Borda, un periodista y escritor colombiano, olvidado junto a otros, que hasta ahora salen a la luz en los espacios de la alta academia, marcaron la historia de la narrativa colombiana a su manera. Dejando en ella, la estela de un cambio en algunos aspectos de la narrativa, contemporáneamente a Europa.

Para finalizar es necesario recalcar, que para evitar este desconocimiento de obras, que como en el caso de Eduardo Zalamea Borda, que aportaron su toque personal a la formación de la narrativa colombiana en el siglo XX, es necesario iniciar un recordar silencioso de la historia en Colombia, para luego terminar en resultados propios del rigor del ente universitario, que sea accesible a todos los tipos de publico. Un viraje hacia el pasado de forma meticulosa, analítica y critica. Un trabajo que lleve a eliminar la respuesta que muchos hoy en el ámbito de la academia y fuera de ella dan. - ¿4 años a bordo de mi mismo?,….- pregunta que gran parte de la sociedad académica que integra en el país, la licenciatura en lengua castellana y de literatura, los profesores de literatura de decimo y undécimo grado, e incluso muchos del estamento universitario, y todo el estudiantado de dicha licenciatura o carrera profesional en literatura, no han podido esclarecer. Una respuesta que ha perdurado a bordo del largo viaje de la historia literaria colombiana durante, ya, setenta años, tiempo que ha pasado desde la publicación de esta novela, de Eduardo Zalamea. Décadas en donde la critica literaria en Colombia, desproporcionalmente ha desconocido la importancia de esta obra. Y en el caso de su escaso reconocimiento y análisis, como por ejemplo el de R. H Moreno Duran, no ha podido superar los comentarios del estamento universitario, y traspasar hacia el canon literario de colegios, y en ciertos casos, el conformado por la universidad. Para su correspondiente enseñanza y acercamiento ha jóvenes, maestros y estudiantes próximos a serlo. Consagrando así un lugar para esta obra, que como muchas otras, (Cosme, De sobremesa…) también le merecen. Aun necesitan el apoyo de la crítica literaria en Colombia para su reconocimiento, y continuidad en la inclusión en el canon literario de la educación colombiana.

“…El hombre que más recuerda es el mas silencioso. El parlanchín, el que tiene siempre en la boca, la palabra impulsada por el suceso o el paisaje, esta vacio de memoria y de vida…”

Eduardo Zalamea / 4 años a bordo de mi mismo



[1] Eduardo Zalamea, pp. 11 / 4 años a bordo de mi mismo, Editorial, Biblioteca familiar de la presidencia de la república.

[2] Ibíd. Cita 1

[3] Ibíd. Cita 1

[4] Eduardo Zalamea, pp. 263 / 4 años a bordo de mi mismo, Editorial, Biblioteca familiar de la presidencia de la república

[5] Eduardo Zalamea, pp. 184 / 4 años a bordo de mi mismo, Editorial, Biblioteca familiar de la presidencia de la república

[6] Ibíd. cita 2 pp 72.

[7] David Jiménez P. pp. 88 / Historia de la critica literaria en Colombia siglos XIX y XX, Universidad Nacional de Colombia, instituto colombiano de cultura.

[8] Ibíd. cita 4 pp 40

[9] Ibíd. cita 5 pp 188

[10] Eduardo Zalamea, pp. 309 / 4 años a bordo de mi mismo, Editorial, Biblioteca familiar de la presidencia de la república

[11] Ibíd. cita 9, pp 161

[12] Ibíd. cita 9, pp 218

[13] Ibíd. cita 10, pp 205

[14] Eduardo Zalamea, pp. 301 / 4 años a bordo de mi mismo, Editorial, Biblioteca familiar de la presidencia de la república

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